La Guerra de una Madre Traicionada

Chapter 9



Capítulo 9

Sabrina giró la cabeza con suavidad, y sus ojos se posaron en Thiago, que caminaba a paso ligero tras André. Aunque las palabras del pequeño estaban dirigidas a ella, su mirada, cargada de una preocupación casi tierna, no se apartaba de Araceli.

En el pasado, cada vez que Araceli enfrentaba el menor contratiempo, André y Thiago se transformaban en un torbellino de nervios. Una vez, durante un paseo familiar de los cuatro en el parque, ocurrió algo que aún resonaba en su memoria. Nadie supo si fue el sol abrasador o un repentino brote de su enfermedad, pero Araceli comenzó a tambalearse sin razón aparente. André y Thiago se lanzaron hacia ella con una urgencia que rayaba en lo instintivo. En su afán, André tropezó y, sin notarlo, la empujó al suelo con fuerza. Sabrina cayó, raspándose la mano. contra la grava, pero nadie pareció reparar en ella. Lo más absurdo vino después: André, al ver su mano vendada, le preguntó con genuina curiosidad cómo se había lastimado.

Una voz frágil, apenas un susurro, irrumpió en sus recuerdos.

Thiago, fui yo quien perdió el equilibrio, no tiene nada que ver con tu mamá.

Araceli negó con la cabeza hacia el niño, mientras lágrimas cristalinas rodaban por sus mejillas, pintando en su rostro una máscara de desdicha.

-Todo es culpa de este cuerpo mio, que ya no sirve para nada....

Thiago apretó los labios, su semblante endurecido por una mezcla de duda y convicción.

-Pero yo vi con mis propios ojos que mamá empujó a la señorita Vargas.

Dicho esto, se giró hacia Sabrina, con una seriedad que desentonaba en su rostro infantil.

-Mamá, desde chiquito me enseñaste que, cuando uno mete la pata, tiene que arreglarlo. Como adulta... no vas a romper tus propias reglas, ¿verdad?

En lo que respectaba a la salud de Thiago, Sabrina había volcado hasta la última gota de su energia. Sin embargo, en su educación cotidiana, apenas había tenido que intervenir. Con solo cinco años, el pequeño dominaba tres idiomas y hablaba con una claridad que deslumbraba. A veces, con su ingenio precoz, dejaba a los adultos sin palabras. La madre de André solía decir que esa chispa brillante en Thiago le recordaba al André de su infancia. Y ahora, ese mismo Thiago, por defender a su “señorita guapa“, la estaba arrinconando sin piedad.

Como madre, Sabrina sabia que debía ser un reflejo de lo que predicaba. Si ella no honraba sus propias palabras, ¿con qué cara podría exigirle a su hijo que lo hiciera?

Sus ojos recorrieron las dos siluetas, una imponente, la otra menuda, que flanqueaban a Araceli con devoción. De pronto, una certeza amarga la golpeó: frente a ellos, ella parecía la intrusa, mientras ellos tres encajaban como una familia verdadera. Aunque hacía tiempo que habia dejado de esperar algo de ese padre y ese hijo, la actitud de Thiago le clavó una espina en el pecho.

Bajó la mirada hacia los ojos firmes de su pequeño.

-Tienes razón, te enseñé que cuando uno hace algo mal, debe disculparse. Pero....

Hizo una pausa, dejando que el silencio se asentara, antes de continuar con una calma deliberada, pronunciando cada palabra como si tallara una verdad en piedra.

-No hice nada malo, ¿por qué tendría que disculparme?

En otro tiempo, Sabrina habría cedido por Thiago, habría suavizado su postura solo para protegerlo. Pero aquel día, algo en ella se había plantado firme.

Thiago, casi por reflejo, insistió.

-Claramente vi que empujaste a la señorita Vargas.

Sabrina no lo contradijo. En lugar de eso, una sonrisa leve, casi irónica, curvó sus labios.

-¿Y quién dice que empujarla significa que hice algo malo?

-Pero, mamá, tú dijiste que hacerle daño a otros está mal...

Ella lo interrumpió con una voz serena, cargada de una convicción tranquila,noveldrama

-También te dije que no debemos molestar a nadie, pero tampoco dejar que nos pisoteen. Si alguien insiste en cruzar tus limites, entonces... no tienes por qué quedarte callado ni

contenerte.

Aunque Thiago era un prodigio, seguía siendo un niño de cinco años. Las palabras de Sabrina lo tomaron desprevenido, y por un instante se quedó mudo, atrapado en un mar de pensamientos que no sabía cómo navegar.

En ese momento, una voz firme y cálida cortó el aire desde un lado.

-Thiago, no deberías hablarle así a tu mamá.

Al escuchar a Marcelo, André y Thiago giraron la cabeza hacia él, como si hasta

ese instante su presencia hubiera sido un susurro en el viento.

Thiago, con un murmullo de asombro, dejó escapar:

-¿Señor Blanco?

16.04


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